La arquitectura local tiene parámetros que van desde lo energéticamente ineficientes, pasando por lo poco criterioso, hasta proyectos que serían más ofensivos a los ecologistas solo si impusieran una decoración con pieles de oso panda y cráneos de delfines.
Las terrazas verdes son una gran idea, por su sencillez y sus beneficios, que simplificada en una mentalidad de contorno político es un “ponemos un par de geranios en el techo y salvamos el planeta”. La aprobación de las leyes y ordenanzas al respecto, primero en CABA y después en ciudades importantes del resto del país, verifican esta sensación.
Queda en manos de la comunidad profesional que las terrazas verdes sean una condición, un cambio radical; un aspecto nuevo y cierto en ciudades como Neuquén, Zapala o Rincón de los sauces.
Enumerar los beneficios es excesivo y redundante. Solo tres de ellos; la eficiencia energética por la aislación; la absorción de aguas en un entorno impermeabilizado y la atenuación del efecto “isla de calor”, son suficientes para que el concepto sea tomado seriamente.

El reto del proyectista.
Las terrazas verdes como concepto corren el riesgo serio de ser una moda pasajera, o peor aún, una moda de clase; como usar zapatillas hechas en Vietnam, asegurandonos que no emplearon niños esclavos en el proceso.
Las terrazas verdes van a tener impacto cierto solo si dentro de, digamos 20 años (…nos sabemos parte de una ilusión), en un avión que llega a Neuquén viéramos que desde la costa del río hasta las bardas todos los techos son verdes.
“Worst case scenario”?: un paisaje gris y recalentado, salpicado de verde por un par de cientos de iniciativas en proyectos de alta gama.
El reto, el verdadero desafío, el big boss de este videogame, es la aplicación masiva del concepto. Establecido esto, es una exigencia conducir en la sencillez.
La adaptación del concepto a nuestra región, si disculpan el perogrullo, es una prioridad. ¿Queremos ver el modelo europeo? Evitemos a Dinamarca o Alemania. Quizás la experiencia en Andalucía sea el camino, teniendo en cuenta el uso de plantas locales; no debería ser absurdo pensar en un espacio verde con zampa, jarilla, neneos y cortaderas.
Una terraza poblada de planta ornamentales es tentador, es colorido, es sensual, es tapa de revista; y es también un dolor de huevos. Bajo el sol, bajo las heladas y a través del viento el espacio verde deberá ser un recinto que no exija más cuidado que el que dé un sistema de riego automático, o aún menos. La terraza verde estará ahí pero no estará; como un guardián austero; sin perder de vista la posibilidad de su uso práctico y hablamos desde tomar un café en la delicada atmósfera de una madrugada de verano a disfrutar un asado en el mediodía de un otoño benigno o unos mates en la tarde de primavera. Todo eso sin apenas haber pensado como una preocupación, en nuestro jardín-guardián-terraza en toda la semana.